domingo, septiembre 28, 2008

loco por pina

Hace años, Pipi fue la primera en hablarme de Pina, en Madrid, cuando empezábamos a bailar y tomábamos juntos las clases de Clara. Desde entonces le seguía la pista y cuando me enteré de que venía a Barcelona, antes del verano, hice cola en el Liceu para asegurarme una entrada. Claro que había oído hablar del campo de claveles de Nelken, y del lago de agua de Nefés, así como de otros espacios escénicos que afloraron de sus colaboraciones con el escenógrafo Rolf Borzik, pero verlo en carne propia fue otra cosa.

El programa de esa noche no pudo ser mejor para un debutante como yo: Café Müller, sutil diálogo minimalista entre seis personajes, atrapado cada uno en su dinámica de movimientos, como si de sus propios conflictos se tratase, y sin posibilidad de evadirse de sí mismos -y de la melancolía de Purcell-entre las sillas y mesas de ese café habitado únicamente por la presencia sonámbula de Pina.

La Consagración de la Primavera fue otro cantar: grandilocuente, mitológico, espectacular. Treinta y dos bailarines moviéndose a la vez por un suelo de tierra en constante transformación, consternados por el sonido de la música de Stravinsky que vaticinaba lo que estaba a punto de ocurrir.

No entiendo cómo los abonados de la noche anterior pudieron patalear y abuchear semejante espectáculo. Para mi alma y mis sentidos fue todo un banquete.

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