loco por pina
El programa de esa noche no pudo ser mejor para un debutante como yo: Café Müller, sutil diálogo minimalista entre seis personajes, atrapado cada uno en su dinámica de movimientos, como si de sus propios conflictos se tratase, y sin posibilidad de evadirse de sí mismos -y de la melancolía de Purcell-entre las sillas y mesas de ese café habitado únicamente por la presencia sonámbula de Pina.
La Consagración de la Primavera fue otro cantar: grandilocuente, mitológico, espectacular. Treinta y dos bailarines moviéndose a la vez por un suelo de tierra en constante transformación, consternados por el sonido de la música de Stravinsky que vaticinaba lo que estaba a punto de ocurrir.
No entiendo cómo los abonados de la noche anterior pudieron patalear y abuchear semejante espectáculo. Para mi alma y mis sentidos fue todo un banquete.
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