domingo, enero 29, 2006

real cosmopodernismo


Reseña sobre la recién clausurada exposición A propósito del Real Cosmopodernismo en la galería [m3] de Madrid.

Los Real Cosmopodernistas vivieron desplegados por la geografía hispanoparlante, agrupados en unidades habitacionales que denominaron comunas urbanas donde se fabricaron prototipos de obras de arte que más adelante ejecutarían de manera simultánea en distintos focos del planeta.

La muestra se centró en los proyectos realizados por Doctelo; la división fundadora de la primera comuna urbana española a finales de los años noventa en Madrid, que empieza a dar mucho de que hablar en el panorama del Arte Global actual por la aportación que hicieron con su APM (Arte Parasitario Metropolitano).

Doctelo resulta doblemente interesante; como modelo de producción por un lado, pero también como modelo social, ya que con el tiempo se ha convertido en arquetipo de la vida comunitaria en la metápolis posmoderna.

Entre una variada, profusa y consistente obra, a caballo entre lo plástico y audiovisual, cabe destacar el trabajo de la jóven prócer Policarpa Rauhut -cuyo autorretrato acompaña esta reseña- fundadora de la comuna madrileña y miembro activo de la mesa directiva del SCUP (Sistema de Comunas Urbanas Panamericanas). Fue ella la responsable directa de la impecable factura del APM.

A raíz del debate sucitado por la contundencia de la muestra, y de las últimas intervenciones del crítico americano Felix Lernoux, miembro de la Comisión Mundial para el
Arte, le queda a uno la duda de si no fue ciertamente el Cosmopodernismo, el verdadero precursor del Arte Global.

La clausura de la exposición tuvo lugar el pasado Viernes veintisiete de enero, a las siete y media de la tarde en La Galería [m3] de la madrileña calle de Claudio Coello donde se ofreció abundante comida y bebida al son de una animada orquesta cubana.

viernes, enero 27, 2006

vaqueros

El domingo por la tarde estuve tomando café con una amiga en el Café Central -que tenía un rollo dominguero, total- para desatrasarnos de todo lo que nos había pasado en el último año y medio que llevábamos sin vernos. Compartimos su barriga de embarazada y mi bigote.
Después de hablar sin parar durante varias horas, nos despedimos y me fuí corriendo a los Cines Ideal para encontrarme con otros amigos con los que había quedado para ver la recién estrenada película de vaqueros de Ang Lee: Brokeback Mountain.
A pesar de ser muy triste, la película es preciosa.
En ningún momento cuestioné el bloqueo emocional que tenía uno de los vaqueros, pero me dolió ver al otro sentirse tan solo ante la imposibilidad de hacer algo al respecto.
Pensé en lo doloroso que podría ser que algo así le pasara a uno.
Esta mañana me afeité. Mi amiga me había dicho que con el bigote parecía vaquero, y no vaya a ser que termine como ellos….

martes, enero 24, 2006

bigote

A raíz de haber tomado mucho café en vasito de plástico, me ha salido un bigote como el que tiene el señor que me los sirve, para llevar, en el bar ese de Antón Martín.

En Alemania por lo visto los lavan, si, los vasitos desechables, o por lo menos eso es lo que me dice una tía abuela que vive allá desde hace años. Ella tiene varios y los mete en la lavadora de platos, o geschirrspule (que es como se dice en Alemán) y prefiere -mi tía abuela, claro- lavarlos, para ahorrar en basura. Porque, yo no sabía, pero me contó La Ñaña -si, si, así se llama mi tía- que allá se paga un impuesto anual según la cantidad de basura que uno produce.

En realidad la Ñaña se llama Trombocila, pero desde pequeña ha tenido ese apodo (quien sabe porqué) y un bigote como el mío, y como el del señor que me sirve los cafés para llevar.

viernes, enero 20, 2006

[T1]Lynn Schwab

Esta es Lynn Schwab, y estuvo visitando Madrid, por primera vez, esta semana. Yo había oido hablar de ella, pero cada vez tengo más claro que uno no puede valorar el trabajo de otro artista hasta que no lo vive en directo, y menos cuando de ritmo se trata.
El taller duró tres días y las sesiones estuvieron divididas en dos partes.
La primera consistió en trabajo técnico al puro estilo de Steve Condos: vocabulario imprescindible para cualquiera que quiera mejorar su técnica, pero aburrido para los que incluimos sus rutinas en nuestro entrenamiento regular. A tiempo, a doble tiempo, combinándolos, sustutuyendo los silencios con palmas. La verdad es que nunca viene mal ver a otro ejecutarlas, porque cada secuencia está llena de pequeños matices que tienen relación directa con el ritmo propio que tiene cada uno.
Dijo mucho sin hablar demasiado y relacionó el silencio con el vacío. El silencio entre pulsación y pulsación, el vacío en las articulaciones. Yo visualicé el ritmo como un bloque macizo esculpido con silencio.
Introdujo a Leon Collins, coreógrafo de la rutina que nos pasó en la segunda parte de las sesiones. Sencilla y hermosa. Tres bloques técnicamente asequibles y rítmicamente complementarios. Complejos de ejecutar porque estan llenos de sabor, pero también llenos de espacio.
Cuando ví a Lynn hacerlos por primera vez se me pusieron los pelos de punta y no pude evitar pensar en el momento en el que Josh Hilberman nos mostró por primera vez el Soft Shoe que nos iba a enseñar -y que yo no pude retener- el verano pasado en Finlandia. [Josh, I hope to have the oportunity to hang out with you soon, and that you can show me how to do that Satin Doll again]. Debo decir que tanto Joe Stirling -el maestro de Josh- como Leon Collins, bailaron -no sé si juntos, aunque lo dudo- en Vaudeville durante la década de los treinta.
El taller se terminó ayer y me he quedado satisfecho. A veces pienso que me gustaría haber aprendido más -la coreografía original tiene catorce bloques- pero así retengo estos pasitos y ahorro materia gris, porque con todo lo que a uno le queda por aprender...

miércoles, enero 11, 2006

café para llevar

Ayer pasé por una cafetería frente al mercado de Antón Martín y pedí un café con leche en un vasito de plástico, para llevar. Un tipo enorme, de aproximadamente cincuenta años, con un bigote muy tupido, me sirvió el café y me preguntó si quería la leche bien caliente. Le dije que sí. Me preguntó si quería azúcar.
La segunda pregunta me extrañó -generalmente hay un azucarillo con una cuchara en el plato y uno decide, sin más- pero volví a contestar que sí. Para mi sorpresa, el hombre abrió el sobre, vertió lentamente el contenido en el vaso, y lo revolvió durante un buen rato....me quedé atónito. Sólo una tía abuela soltera hace una cosa así.
Sigo sin estar seguro de si el gesto del hombre me pareció un atentado a mi intimidad, una porquería, o quizás un detalle por su parte. Pero no me cabe duda de que me produjo morbo, muchísimo morbo, y seguro que repetiré café para llevar la próxima vez que pase por ahí.

viernes, enero 06, 2006

de un momento a otro

Todo ocurrió ayer por la tarde, de un momento a otro.
Habíamos venido a pasar una semana a la Casa del Lomo para celebrar juntos las fiestas Navideñas porque sabemos que en El Lomo es donde mejor nos comunicamos. Miriam quiere tanto esta casa -supongo que yo la querría de la misma manera si hubiera pasado aquí mi infancia, alejado del mundo y protegido por mis abuelos, inmerso en el mundo imaginario de la salita de juegos y correteando por el jardín con los perros- que gracias a ello mi padre y yo le hemos cogido cariño y disfrutamos viniendo aquí.
La casa es grande y tiene pinta de una villa que se asoma al mar. Está rodeada de jardines que antaño estuvieron plantados con distintas variedades de frutas y flores y unos eucaliptos altísimos siguen protegiéndola del viento y aislándola del ruido de la carretera y de las construcciones que se acercan cada vez más a los límites de la finca.
Miriam estaba haciendo cualquier cosa en el jardín y yo probando la receta de una empanada de atún en la cocina cuando llegó mi padre a casa diciendo que se encontraba mareado. Corina es una antigua compañera del colegio de Miriam, hija de los Duques de Mandas, y con quien había reiniciado su amistad hace poco, estaba también con nosotros de vacaciones, leyendo el Guerra y Paz de Tolstoi en ese preciso momento. Yo no le hice mucho caso a papá y le dije que se tumbara un rato, pero Corina sí, y le empezó a preguntar por su paseo diario al borde del mar.
Yo los oía hablar a lo lejos, cómo quien oye llover, pero empecé a percatarme de que mi padre preguntaba varias veces seguidas la misma cosa, ¿qué día es hoy?, ¿cómo llegué yo hasta aquí?, y salí en seguida a ver lo que pasaba. Noté que estaba asustado, cómo si no controlara muy bien la situación, y empecé a hacerle las mismas preguntas que él había estado haciendo a la vez que llamaba a Miriam para ver si a ella le resultaba familiar algo de lo que estaba ocurriendo.
Entre los tres lo llevamos a la habitación y lo acostamos en la cama, y papá no paraba de preguntar qué estaba pasando. Miriam fue a casa de Meca, la mujer del mayordomo, a pedir prestado un aparato para tomarle la tensión, mientras Corina y yo intentábamos que se relajara; ella insistía en traerle Valerianas mientras yo intentaba recordar las tres pruebas de un test que había leído alguna vez para cuando alguien se dá un golpe en la cabeza. La primera es preguntarle a la persona por su nombre, a la cual mi padre respondía correctamente: Fernando. La segunda es ver si puede sonreír, y no le hacía mucha gracia, pero sonreía. Y la tercera seguía sin recordarla cuando llegó Miriam con el tensiómetro.
Le tomamos primero la tensión a papá, y tras ver que la tenía bastante bien, decidimos tomárnosla todos, sin excepción, a manera de dinámica de grupo. Mi padre seguía preguntando cómo había llegado hasta ahí, pero la tensión la tenía bien y ya nos habíamos acostumbrado a las preguntas raras, de manera que era mejor que descansara un rato a ver lo que pasaba. Corina volvió a su lectura, Miriam se metió a la ducha y yo me quedé haciéndole compañía porque mi padre seguía asustado. En realidad todos lo estábamos. No paraba de repetir la mismas preguntas, ¿porqué estás aquí conmigo?, ¿cómo he llegado hasta aquí?, ¿qué día es hoy?, y entonces yo decidí coger el libro de Bruce Chatwin que le había traido a Miriam de regalo y empezar a leer uno de los relatos cortos para distraernos a los dos.
Todo estaba controlado hasta que llegaron Pilar y Alfonso. Con el susto se nos había olvidado a todos la junta con el administrador de la finca esa misma tarde. Fochi venía también con ellos. Les contamos lo de mi padre pero ellos tampoco se alarmaron -supongo que fue la reacción acorde con la tranquilidad aparente que transmitíamos todos aquí- y en seguida llegó el administrador y se sentaron todos en el comedor principal. Lo de la junta era un acontecimiento importante porque al comedor principal no entramos casi nunca, salvo para limpiarlo, como esa mañana , que habíamos estado Miriam y yo preparándolo todo ahí dentro mientras hablábamos de nuestras cosas, o más bien mientras ella preparaba todo y yo le contaba mis planes, o más bien sueños para este año.
Habría pasado media hora cuando entré de nuevo en la habitación. Mi padre estaba sentado en la silla del escritorio, atándose los zapatos y dispuesto a asistir a la junta. Seguía con la mirada rara y con el carácter débil. Su estado no había mejorado, pero era como si nadie pudiéramos o quisiéramos darnos cuenta. Entró al comedor, pidió disculpas y tomó asiento, mientras que Pilar se levantaba, como si fuera un relevo.
Entre Miriam y yo le contamos todo de nuevo a Pilar y ella sugirió llamar al médico. Así lo hicimos, porque, aunque las hermanas mayores no siempre tienen la razón, en esta ocasión eso era lo más sensato. En cuanto Miriam le mencionó al Doctor Soriano la pérdida de memoria de mi padre, él le dijo que lo lleváramos de inmediato a urgencias.
Entonces cundió el pánico. Cogimos los abrigos a toda prisa, interrumpimos la junta y sacamos a papá de ahí. Estábamos corriendo de arriba a abajo gritando e intentando coordinar un plan de evacuación mientras Corina se lavaba el pelo tranquilamente en el cuarto de baño y Alfonso despedía al administrador dando la junta por terminada y procurando que todo pareciera una situación cotidiana. Papá subió al coche y Fochi se ofreció a conducir hasta el hospital. Mientras arrancaban, Miriam a través de la ventanilla me nombró responsable de la intendencia, cargo que me obligaba a permanecer en El Lomo y a hacerme cargo de Corina y Rufo, el Teckel de pelo duro con quien Corina tiene largas conversaciones diurnas y cuya custodia comparten las hermanas Iturralde. Alfonso y Pilar subieron al otro coche y se fueron escoltando al primero.
Corina salió del baño con una pequeña toalla amarilla que apenas le tapaba el torso y los muslos y le dijo a Rufo algo que yo no entendí. Yo para entonces no comprendía nada. Todo había ocurrido de un momento a otro. Me subí en la bicicleta que habían dejado en el jardín -la había dejado Miriam, que estaba dando un paseo alrededor de la charca de agua dulce cuando mi padre llegó diciendo que estaba mareado- y empecé a pedalear. Pensé que si no paraba, mi padre se iba a poner bien y así estuve todo lo que quedaba de tarde, pedaleando alrededor de la charca de la Casa del Lomo.